Pongamos que hablo de cosas inexplicables


Pongamos que no hablo de nada en concreto.
Pongamos que hablo de coincidencias sin sentido que levantan mil capas de momentos escondidas con cuidado en alguna parte bajo mi piel.
Pongamos que hablo de intentar ahogarlas cada semana para ver si se empapan y se borran definitivamente del reflejo de mi cara al dar esos paseos entre recuerdos que sólo me pertenecen a mí.
Pongamos que hablo de una simple llamada que podría haber conseguido que me olvidara de lo que duelen las pesas al levantarlas para llevarlas unos metros más hacia delante, y de cómo mirar el reloj minuto tras minuto significaba saber que nada nuevo iba a ocurrir, que todo seguiría igual para siempre.
Pongamos que hablo de lo que llega a doler ese para siempre que antes sólo me hacía sonreír.
Pongamos que hablo de imaginar una y otra vez la conversación que nunca ocurrirá porque ya quedó muy lejos el tiempo del perdón y el explicar, a pesar de que sigo sin entender exactamente qué ocurrió y cómo todo se nos fue tan rápido de las manos.
Pongamos que hablo de mirar alrededor y que automáticamente el pensar se te atasque en la garganta sin saber bien por dónde escapar para no mostrar la realidad.

Pongamos que hablo de nuestro pasado, juntas. Pongamos que hablo de mi presente, sola.

Pongamos que hablo de que te echo de menos, demasiado.