Cnc.

Se colaron, ínfimos, por los rincones de sus seres.

Se recorrieron juguetones y, 
una vez que empezaron, 
no supieron parar.

Acariciaron sus entrañas con sólo un soplido sobre la piel.

Se dibujaron futuros, sonriendo, sin dejar de creer el uno en el otro 
ni un segundo.

Destaparon sus ciudades, sus cielos y sus infiernos. 
Sus cuerpos.

Y en ese momento 
sintieron la necesidad 
y perdieron la de esconderse. 

Pedazos

Dirás que estoy de atar
loca,
o mejor,
encendida.


Mañana, le dije, mañana te explico lo de los miedos.
Y aquí voy.

Dicen nuestros espejos, esos mentirosos de punto de vista cambiado, que por mucho que nos creamos imparables basta que choquemos contra ellos para rompernos todos.

Pero no te asustes, sólo mírame las grietas y júrame que en ellas no ves fantasmas.
Y después es simple
quédate hasta romperme.

mq

Podríamos decir, y estaríamos en lo cierto,
que era idiota.

O que simplemente le gusta comerle la boca a la felicidad cada noche,
aunque eso suponga morirse de sed cada día.

Que a fin de cuentas es lo mismo.
Era tremendamente idiota.

El tiempo se le corre demasiado deprisa y nunca supo otra manera de frenar que no fuera chocando contra sus muros.
Que rendirse nunca fue para ella.
Que si no nunca habría llegado a comprender lo bonito de los defectos,
de las caídas,
y de las recaídas.

De la vida.

De ser ella misma.

De ser idiota.

Disparates

O disparas, o dispárate.


Destrozarnos los huesos, astillarnos la piel, mordernos salvajes cada día.
Tenernos con el único fin de sentirnos vivos. Solos, pero vivos. 
Ser libres, pero sernos. 
Anularnos la capacidad de jodernos los sentimientos, pero sin duda jodernos.
¿No fue esto lo que me pediste?
¿No era esto lo que querías?

Sí.
Pero nunca fue contigo.

Y él no lo entendía.
Porque ya no nos sentíamos solos, ahora sólo nos sentíamos.
Y era enfermizo vivirnos así de libres con todos esos sentimientos jodiéndose nuestras ganas cada noche.
Porque yo no los pedí, como presente.
Porque yo nunca nos quise, como futuro.

Creo que es hora de que aterricemos en tierra firme
dijo calmado, indiferente como siempre.
Y acto seguido soltó los mandos, porque aún perdiéndonos tenía que ganar.
No lo dudó, nos estrelló contra aquel cementerio de pasados.


Y de aquel disparate rescatamos dos cuerpos,
pero ningún corazón.