Tres minutos

Arrugó el folio.
Os lo juro, lo arrugó.
El folio que le había dado para que guardara siempre, lo arrugó.
Así, sin más.
"Sigue entero, sólo que arrugado." me dijo.
Y no lo entendía. Arrugado ya no servía para nada.
"Espera, no te enfades, lo aliso otra vez." me dijo.
Con esa indiferencia, ese sigue entero no sé por qué te pones así.
Y parecía mentira que no me conociese.
Así que rompí el folio y me fui.

Y creo que aún no lo ha entendido.
No es porque yo no pueda tener cosas arrugadas.
Es que tendría que haberlo sabido.