1012008890


Empápate, bebe ávido, termínalo todo en menos de un suspiro sin que la garganta logre emitir quejido alguno. Destapa el corcho, que salga todo sin dirección ni dueño y que adormezca tu mente haciéndola entrar en un sopor del que no sabrá escapar. Sólo piel, desnuda y vacía, sin misterios ni sorpresas. Sólo piel. Sobredosis de piel. Sobrescribiendo lo que hubiera, borrando lo que no debió ser, un nuevo folio de papel reciclado en el que los borrachos pintan sus verdades, hartas de refugiarse en el rincón de la mala memoria. Y qué le vamos a hacer, no le voy a poner sentido, ¿quién te ha dicho que lo tenga?

A way away.


Día tres de un mes cualquiera. A fuera llueve, y yo llevo desde las seis de la mañana cigarro en mano para intentar darle algo de calor al día. De momento imposible. Los altavoces suenan con esas frases idílicas que todos sueñan y nadie vive. Frases que remueven, sonidos que se pierden entre partes de tu ser que ni creías conocer. Los folios esparcidos por la mesa denotan la poca capacidad expresiva que tengo últimamente, coraza impermeable, flexible y amoldable a cualquier situación. Miro la botella de vodka barato que nos acabamos ayer entre tonterías y leo una vez más la promesa que nos escribimos en el sofá. Se me traba en la garganta ya que no consigo entenderla.
Y lo siento, aún no sé bien como explicártelo.

Pongamos que hablo de cosas inexplicables


Pongamos que no hablo de nada en concreto.
Pongamos que hablo de coincidencias sin sentido que levantan mil capas de momentos escondidas con cuidado en alguna parte bajo mi piel.
Pongamos que hablo de intentar ahogarlas cada semana para ver si se empapan y se borran definitivamente del reflejo de mi cara al dar esos paseos entre recuerdos que sólo me pertenecen a mí.
Pongamos que hablo de una simple llamada que podría haber conseguido que me olvidara de lo que duelen las pesas al levantarlas para llevarlas unos metros más hacia delante, y de cómo mirar el reloj minuto tras minuto significaba saber que nada nuevo iba a ocurrir, que todo seguiría igual para siempre.
Pongamos que hablo de lo que llega a doler ese para siempre que antes sólo me hacía sonreír.
Pongamos que hablo de imaginar una y otra vez la conversación que nunca ocurrirá porque ya quedó muy lejos el tiempo del perdón y el explicar, a pesar de que sigo sin entender exactamente qué ocurrió y cómo todo se nos fue tan rápido de las manos.
Pongamos que hablo de mirar alrededor y que automáticamente el pensar se te atasque en la garganta sin saber bien por dónde escapar para no mostrar la realidad.

Pongamos que hablo de nuestro pasado, juntas. Pongamos que hablo de mi presente, sola.

Pongamos que hablo de que te echo de menos, demasiado.

Derreugese?


Adelante, entra y sentémonos a charlar un rato. Encendamos un primer cigarro y pidamos bebida, así podremos darle sentido a nuestro silencio. Gargantas de hielo frío y humo caliente. Segundo cigarro. Tenemos que hablar, lo sabemos, pero no hay quietud más estable que la que nos rodea ahora. El pánico escénico hace mella en mí aunque ya estemos al final de la obra. Segundo trago, tercer cigarro. Tomo aire y aparto la mirada de las manos. Tus ojos tienen el mismo miedo que antaño, no has cambiado un ápice en tus deducciones. Sabes qué quiero contarte. Tercer trago. Respiro. Empiezo a hablar.

Horas insensatas


Soñarte, mirarte y esperar.
Que tus ojos color indefinido consigan removerlo.
¿El qué? No sé, da igual,
todo, sin más.
Despejarse por la mañana,
acercar la mano a tu pómulo y, pierna con pierna,
dibujar en la sábana un deseo tonto, simple, banal.
Un juego de niños ejecutado por dos cuerpos adultos,
con miedo entre las sombras,
sin espejos donde verse, sin ruidos que escuchar.
Y una caricia,
y otra,
que atraviesan la bruma e intentan prender la hoguera.
Y te niegas, me niego,
tiene nombre el miedo.
Y estancado se queda intentando derrumbarlo,
vaciando el agujero,
abriendo la puerta de emergencia.
Que correr se vuelve ya costumbre cuando el daño es natural.
Que decir que no y saltar sin pensamiento entra ya en el mundo del desesperar.
Porque ellos se creen vividos,
pero yo opino que si nunca han visto tus ojos como yo los he visto,
se les ha olvidado disfrutar de esos besos, cortos, que no saben a nada más que a ti.
Y debería lucharte,
y no lo hago porque el punto medio lo perdí y la cordura me estalló.
Y creyéndose perdida jugó a despistarme,
a discutir conmigo quien tiene las riendas de mi disfraz,
a cambiarme los papeles y el guión a interpretar, sin saber que
ya no tiene nada que hacer con mi persona.
Que ella sola, idiota, entró en la celda y se enjauló.
Y ábrela, que da igual, ahí al menos el olor a gasolina no entra.
Se respira bien, dijo y se durmió.
No añadió nada más.

Iniciales


Urgente necesidad de mover la tinta, claroscuro amanecer de estupideces ajenas, y un giro en la trama de una película que nunca fue muy buena.

Y aún así sigo mirándola y maravillándome con esa manera tan especial que tiene de fumar. Aunque siempre preferí verla fumándose el mundo. Aspirando los lunes perezosos entre sus pestañas, espirando ese opio de sus sonrisas por las mañanas, y mientras siempre esperaba sonriendo apoyada en el hueco de los recuerdos a que la suerte pasara a su lado, para escapar de ella y así poder no cambiar. Era extraña. A base de pastillas comprimidas quiso imitar el mundo a modo de cigarros. La envidia de no atisbar sus hoyuelos pasó factura… Ahora entiendo. Era única.


temc.

Y pensar que nunca te he visto reír de verdad.
Me enferma esta constante necesidad de soltar la estupidez del día para esperar tu reacción con impaciencia. Me desquicio ante tus ojos sin que importe demasiado que pienses, que estoy cansada o enfadada, porque el silencio seguirá siendo el mismo.
Y es que todo empieza a parecerme completamente absurdo.
10.Febrero.2011