Porque está claro que si la noche fuera nuestra,
lo que escucharían las paredes
no serían palabras.
Esos me gustas, seguidos de un me pones y un,
'tengo unas ganas tremendas de follarte'
que están claras entre tus piernas,
pero que quedan mejor borrando el romanticismo
y dejándonos desnudos
antes de que nos dé tiempo a quitarnos la ropa.
Esos mordiscos
por el cuello
convenciéndonos de que nuestra sed sólo se calma con carne.
Y ganas,
y lenguas,
y ombligos,
y lo que nos pidamos entre suspiros.
Sin mundo más allá de nuestra guerra de fascinación irracional.
Que lo increíble son las sábanas por tu espalda escondiéndome los lunares
para que no me los aprenda
(aún),
y tu cara de sorpresa al saberte ganador
en una pelea que no pretendías ni comenzar.
Y me desnudas
lentamente
disfrutando
del momento,
y yo
me corro
de impaciencia
de que me empieces.
Vaya paradoja.
Que son estúpidas las normas y me haces olvidarlas,
¿qué más da el tiempo si ahora desearíamos que no existiera?
Para comernos
sin prisa
pero todas las veces que quisiéramos.
Y repetir.
Y repetir.
Y descubrir que contigo no tengo fondo,
ni ganas de tenerlo.
Y tampoco miedo.
Y eso es lo que más me gusta cuando
mientras bajas tu mano por mi espalda
me dices
'señorita, me pido ser el dueño
de su culo',
y me miras serio,
desafiándome a dudarlo.
Y yo,
qué quieres que te diga,
con esa mirada
de mi culo
No hay comentarios:
Publicar un comentario